jueves, 23 de septiembre de 2004

Tornados

Me cansé ya de todos mis miedos. Desde hoy, me aferraré a la ironía como supervivencia. Puede parecer contradictorio, pero si viviera en Canadá, cazaría todos los días un caribú. Después me lo comería mirándole a los ojos.

Hace unos años, compré varios gramos de caolín y fabriqué la más pura de las porcelanas. Pero no sirvió de nada.

Hace unos meses, contrapuse un dique a la fuerza del oleaje, pero yo, que de cálculo de estructuras y de hormigón armado sé más bien poco, lo único que conseguí es que se viniera abajo. (Debería leer algo de Jiménez Montoya, García Meseguer o Morán Cabré para aprender a calcular la resistencia específica del acero y del hormigón, cómo evitar las roturas por compresión y sobretodo, aprender a establecer la hipótesis de carga más desfavorable de una manera correcta).

Hace unos días, hablé de plantas tóxicas: Baladres o Adelfas, ya sabéis, esos arbustos apocináceos de hojas lanceoladas coriáceas y flores grandes en racimos de color blanco o rosa. Y mientras esas palabras entraban en mis oídos, me sentía entre la corriente marina, intoxicada. Flotando arrullada por el agua salada. Adormilada por la falta de oxígeno. Deslumbrada por el sol en alta mar.

Estoy preparada para cazar tornados. ¿Quién me acompaña?.

Escucho: Patrick Wolf.